jueves, 15 de agosto de 2013

Tu indiferencia destruye muros

Me están pasando un montón de cosas porque hace mucho que no me ocurre nada en absoluto. Lo único que me sucede es un día menos tras otro en un reloj de arena que no se me escurre entre los pies como putada definitiva. 
En el pecho me late su sonrisa, y últimamente está muy serio conmigo, como si ya no diera su vida porque la perdiéramos a la vez. 
He visto un montón de cosas bonitas a las que no les interesaba yo cuando las miraba como si de amor no correspondido se tratara la vida -porque el sinvivir está claro que sí-.
No dejo de pasar página, pero en cada nueva escribo sobre él, aunque no es que esté anclada al pasado; es que me ensaño en aferrarme a un futuro que no puedo vivir sin que esté. 
Las mariposas yo las tengo en el corazón, de qué si no iba a latir ahora que su razón para hacerlo no se la da. 
Tengo la teoría de que el echar de menos es todo agua, va a tener que creerme cuando lo explique entre lágrimas.
La leña del árbol caído soy yo haciéndome astillas. Me emborracho sin haber bebido ni un trago de todo lo que sin querer se me ha subido a la cabeza. 
Amor es que te sujete el pelo, no estoy hablando de vomitar. Los vientos nunca, pero de ti lo bebería todo si me besaras las comisuras antes de tragar. Y el orgullo también.
Llorar es lo más bonito que se puede hacer por alguien cuando se está sin él. La marea besando a la orilla al tiempo que va en pos de la luna soy yo. 
Lo que quiero decir es que tengo muchas bocas con las que acallar tu nombre en la mía, pero las palabras de ellas no silencian lo que no digo. 
También puede una quedarse afónica de tanto guardar silencio, y volverse sordo alguien de no escuchar.
Tenemos de culpables lo que de inocentes, y quizá este empate es lo que nos tiene en desventaja. Estar cayendo a la vez no significa hacerlo juntos, y ninguno grita despavorido para no asustar al otro con su  propio pánico al miedo.
Parecemos olvidar que para ser valiente primero hay que haber sido cobarde.
Tener la certeza de ganar no es jugársela, y esto lo sé porque no he perdido nada de lo que ahora me voy dando cuenta que no quiero.
Estoy pensando en los impasibles faros, con su impasible haz de luz hiriendo la oscura madrugada, desafiando  la invencible negrura del mar y siendo fuerte de seguridad para quien oscila peligrosamente entre ser náufrago y marinero, destino ansiado aún a pesar de tu parpadeante estabilidad.
Si puede el navegante besar la tierra anegado en deseo así, por qué no ibas a ser tú capaz de hacerlo conmigo cuando te ofrezca mis labios sonriendo entre lágrimas


'El eco de los latidos'
Mil maneras de no decir nada 

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