domingo, 3 de noviembre de 2013

Buenos días, Noviembre

Echaba de menos lo que nunca tuvo. Se había cansado de los amores baratos y de ser para alguien sólo cuando a ese alguien le apetecía ser para ella, de las idas que nunca terminaban de llegar del todo. Era como cuando vas por la calle y te llega un exquisito olor a comida y no recuerdas a qué comida pertenece ese olor, o tienes un hambre inmenso y no consigues saber de qué, y comes y comes sin lograr saciarlo. Se había cansado de no cansarse, de preferir las malas consecuencias antes que pensar qué hubiera pasado si, de preferir las caricias que se olvidan al llegar el día a noches en las que la compañía no es causa de una o dos copas de más, de que no hubiese ni una puta margarita que le dijese no. Se había cansado, pero la culpa era de su sonrisa, o su gesto serio, que era jodidamente excitante, y si no es así que baje Dios y no lo vea, que si lo ve hasta él querría meterse en su cama, o sentarse a esperarlo. Demasiados falsos humildes. Demasiados polvos para tan poca magia.
Le pese a quien le pese, él también terminó queriéndola
Y vaya si pesó. 

¿Ves cuando te decía que la única forma de librarse de la tentación era caer en ella? No era cierto del todo.

María Hernández

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