sábado, 7 de septiembre de 2013

La peor derrota es ganar en el momento equivocado

Desde pequeños hemos crecido rodeados de situaciones fantásticas mientras soñábamos con revivirlas en nuestra piel en algún momento de eso a lo que algunos llaman futuro, inesperado o incierto. En las películas todo eran amores plenos y fantásticos, todas las parejas de los cuentos vivían finales felices comiendo perdices. Sí, perdices. Sin embargo, con el paso de los años hemos ido aprendiendo que eso del futuro no es más que una chorrada, para qué esperar algo con muchas fuerza si la mayoría de las veces nunca se cumple o lo hace en el momento equivocado, que los amores plenos ya no existen cuando a la mayoría de los semejantes de esta sociedad les falta valor para ser sinceros, y las parejas de hoy en día no acaban comiendo perdices, sino perdidos. Perdidos en un mundo de cobardes, de falsos sentimientos y autoengaños, un mundo en el que pocos son los capaces de darse una oportunidad a sí mismos para ser felices con lo que realmente quieren serlo. Un mundo en el que se elige el camino fácil aunque en lo único en lo que se diferencie del difícil sea en un pequeño muro, que por complicado que sea saltarlo, ya nadie se plantea qué podrá encontrarse detrás de el. Vaya, que nadie aquí se arriesga, total, ¿para qué? Si nos conformamos con cualquier cosa o persona que nos de una pizca de felicidad, nos cegamos y ya no hay nada más que hablar, ni decir, ni ver... ni ganar.

Dueles. Hasta el tuétano. Cada segundo.

María Hernández

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